viernes, 11 de diciembre de 2015

No todas las fotos pagan las cuentas (cuento a lo Bukowski)



Había perdido los últimos quinientos en el hipódromo y di un par de vueltas antes de volver al departamento. Sabía que López  había dejado su puerta entreabierta para verme llegar y romperme las pelotas otra vez con lo del alquiler. Inevitablemente tendría que pasar por ese pasillo antes de entrar en mi pieza. La última vez que había intentado entrar por la ventana para evitarme la escena, había sufrido un tirón en la espalda que me había tenido mal por varios días. Era sentarme frente a la máquina de escribir, sentir el puto tirón y acordarme de López. Así ninguna buena idea quiso venir; sólo su cara y cosas de mierda sobre el dolor y la gente que no te deja en paz. Pensándolo bien, era siempre así, esto de sentarse a escribir: esconderte de cualquier cosa que busca arrinconarte, aunque sea imaginaria, viva, enterrada o encuadrada en una foto familiar.
La única foto a la que yo todavía le tenía miedo era a la de Linda. Las demás se habían llenado de tiempo y ahora eran papeles que no podían morderle los talones a nadie. Ella todavía estaba tibia y a color. Su foto aún parecía putearme y dar aquel portazo, apagando la única cosa viva que quedaba en el departamento. De eso hacía ya 6 meses. Esta vez la soledad parecía cierta.
Fui a comprar cervezas en lo del chino Zhang, que todavía me fiaba, y me arriesgué a volver a casa. López  estaba tal como imaginé: con la puerta abierta, pero cuando pasé lo vi de espaldas, hablando por teléfono. Aun así,  debió escucharme llegar, porque a los 5 minutos sentí sus pasos acercarse por el pasillo y golpeó con seguridad. Yo seguí guardando las cervezas en la heladera, sin mover un músculo para abrirle, cosa que debe haberle irritado el puño aún más y así lo hizo sentir contra la puerta.
Que se fuera a la mierda. Hay personas de las que podías adivinar todo lo que tenían para decirte, sin que abrieran la boca. López era uno de estos, me hacía perder el tiempo. Daba lo mismo escucharlo o ver su nota pegada en la puerta. Si se podía elegir, prefería la nota; era más fácil de ignorar. 
Lo escuché putear y tirar al aire todo tipo de amenazas. Después  sus pasos llevaron la frustración de nuevo a su oficina, de donde no tendría que haber salido. Abrí una cerveza  y me senté frente a la máquina a drenar algo que pudiera mandarle a mi editor y pagara el alquiler cuando López  me diera su habitual ultimátum, cerca del día 20. Hacía dos días que me sentaba frente a la hoja y las teclas no se movían. La foto de Linda estaba dejando de hablarme, y también la cerveza. A este paso en 15 días me quedaría en la calle.
La tercera botella trajo un poco de pasado de vuelta y llenó de buena sustancia un par de poemas. Los saqué de la máquina para leerlos y me parecieron lo suficientemente decentes para mandarlos. Los apoyé sobre la mesa, como si contara plata. Acababa de comprar con ellos un mes más en aquel tugurio y seguro alcanzaba para la cuenta del supermercado, antes de que Zhang comenzara a odiarme también. 
Volví a sentir golpes en la puerta, pero sonaban distinto, como de primera vez. Cuando uno tiene que esconderse (o quiere, da lo mismo) aprende estos matices. Esta vez abrí.
-  ¿Señor Chinaski? (no esperó mi confirmación). Soy Gogó, una gran admiradora. El administrador me dejó pasar…
López  hijo de puta. Ya había amenazado la última vez que si no pagaba, iba a hacer pasar a todo aquel que preguntara por mí y les iba a cobrar entrada, como en un circo romano. Que vinieran a adularme, cojerme o despellejarme, no era su problema.
Esto tenía la pinta de ser el primer caso. Quizás el segundo, pero su cara aún florecida en granos me daba la pauta de que no había llegado a la edad donde me evitaría problemas. De todas formas parecía estar cerca de los 17. El vestido amarillo no sobrepasaba la rodilla y al moverse asomaban unas piernas  bien contorneadas, aunque todavía sin gracia.  No era una gran belleza, pero había algo distinto en esos rulos morenos lloviéndole hasta la cintura y detrás de esos ojos negros, bastante incisivos y profundos.  Definitivamente no tenía mirada de virgen.  Ese fue el pase definitivo para que le abriera la puerta.
-  Sí, soy yo. ¿Entramos? No me gusta darle espectáculos gratis a los vecinos
-  ¡Sí, por supuesto!
-  ¿Una cerveza?
-  ¡Claro,  me encantaría! – contestó, feliz del buen recibimiento.
Se notaba que no usaba tacos habitualmente, caminaba como pisando huevos. Me di cuenta de que se había vestido así para parecer mayor e impresionarme,  y eso me excitó. Era un principio de acuerdo. Ella quería agradarme y yo estaba dispuesto a hacerle los honores.
Se sentó en la única silla que no tenía ropa sucia ni papeles y se acomodó el pelo. Me contó que quería estudiar letras;  había leído mis dos novelas.  Era fanática de la revista que editaba mis cosas. Tenía todos los números y quería un autógrafo. Comenzó a recitar un poema de memoria y  yo me di cuenta de que tenía que ir al baño. Pensé en cómo le caerían a una romántica de este tipo los aspectos crudos de un escritor, su humanidad expuesta. No muchas sobrevivían. Por lo general mujeres así te sientan en el trono de Dios y te bajan al infierno en un solo movimiento. Habría que ir con cuidado. No me quería perder una cogida gratis y la chica era como un cartel luminoso diciendo que sí en cada gesto.
Me acerqué con la excusa de la cerveza y le planté un beso en la boca en medio del penúltimo verso. No quería escuchar ese final, odiaba ese poema, lo hubiera cambiado con gusto si me hubieran dado una semana extra. Pero también esa vez tenía apuro por pagar las cuentas y los editores, una vez que eras algo famoso, no se metían mucho con el contenido, sólo contaban palabras. Ni siquiera entendían la poesía, para ellos era buena si la gente pedía más, así les dieras mierda envuelta con un moño rojo. Mi tono de rojo estaba a la moda, quién sabe por qué. Habría que aprovechar el viento.  Y hablando de mierda, yo tenía que liberarme urgente. Pero ante el beso, Gogó se me había prendido con la fuerza de una sopapa. Su piel tenía olor a chicle de frutas. Toda ella era un chicle de frutas, dejándose moldear por las circunstancias. La adolescencia no medía, era simple impulso. Todo lo que hubiera que pensar pasaba para después, porque había un gran después y no un gran antes, como en mis 60 años.
Me separé como pude y le ocupé la mano que antes tenía en mi pija, con una cerveza. Si no cagaba ahora, no se me iba a parar.  Cuando salí del baño, ella estaba sentada sobre la mesa, con el vestido levantado. La escena del baño no la había hecho desistir. Se había sentado sobre los poemas que pagarían las cuentas del mes, pero si yo le insinuaba que se moviera, sumado a la escena del baño, iba a quedar como un quisquilloso. Además si ella se paraba a pensar un segundo, caería en que yo era un gran error. Y yo vería en sus pupilas algo arrugado y viejo: mi propio reflejo ante el rechazo. Me acerqué, listo para cogerla y ella comenzó a moverse sobre mis frases de amor frustrado hacia Linda. Cuando estaba poniéndose bueno, la puerta se abrió (no hubo golpes esta vez) y entró un hombre enfurecido que dijo ser el padre. Me imaginé a López  disfrutando de su circo romano, en el pasillo. Yo no alcancé a subirme los pantalones antes de que el tipo cruzara el aire con un golpe que me dejó sentado en el piso. Después se llevó a la chica de los pelos, a Gogó vestido amarillo y taco alto, pero sin calzones. A Gogó llorosa y agitada que sin darse cuenta, llevaba pegado en su culo mojado por el sexo, el poema 78, sin que yo, todavía paralizado por el golpe, pudiera hacer más que verlo partir, junto con la mitad del alquiler.
Si al menos hubiera dejado algo vivo a cambio. Pero ella era de las fotos que no llenaban la casa. Ella había sido sólo un aire tibio que entró por la ventana, pero que no alcanzó para mover las puertas. La máquina de escribir y yo nos miramos el resto de la noche, sin saber cómo rellenar los silencios que habían quedado desordenados por todas partes.

viernes, 4 de diciembre de 2015

( ... )

   


    Un punto es la pared que separa al texto del mundo real. Es el descanso de la lapicera. El hasta acá de la idea. El segundo punto llega y lo potencia, le hace compañía, suman. Se forman e insinúan un trazo imaginario en el espacio entre uno y otro. La tensión entre ambos potencia sus extremos. Una soga que gira sostenida en sus bordes (Dánica dorada, Dánica dorada), sin nadie que aproveche el movimiento.
    Llega el tercer punto, como un desequilibrio, como un desorden, como burlándose de tu teoría previa, mostrándote que ese borde que creías planteado podía extenderse si ampliabas la mirada. El tercer punto te dice que  hay un mundo afuera de ese segmento; una felicidad de los no formales. El tercer punto abre la puerta. Las puertas llevan, no son para detenerse. A nadie se le ocurriría quedarse parado abajo, esperando. Te soplan el aire que empuja los destinos hacia adelante y con eso alcanza para que se desate el envión al infinito interno o al demasiado lejos.
    Tres puntos no alineados definen un plano. Tres puntos en fila suponen una pausa hacia lo impreciso. Los puntos suspensivos (¿representantes del suspenso?¿de la suspensión?) nunca saben lo que viene después. Tampoco les importa. Sólo se ocupan de fundar su propio sentido de unidad en la intermitencia. Y de no morir en los misterios.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Paralelas



 En un mundo paralelo, la irrealidad son los otros. El azul es blanco y el sol sale por donde quiere, si quiere. Ahí, todo funciona y el lado gris hace temblar a los que lo habitan y pone al sitio en estado de sitio hasta que otra vez las mandrágoras anuncian con sus aullidos que el peligro terminó. Allí, en el mundo paralelo a este, todos brillan con luz cálida cuando se enciende la alegría ajena, y el espejo se siente más cómodo cuando nadie lo mira.
Es siempre fiesta el mundo paralelo, es siempre banderines de llegada para todos.
Pero es un mundo paralelo.
Las paralelas no se cruzan.

martes, 13 de octubre de 2015

Zanahorias




(Dos años después)

Entre las cosas que hubiera querido decirte
a vos papá, cuando aún se podía
está el reconocer tu parte en mí
que iba tras la utopía como zanahoria.
Esa que el burro persigue,
por caminos únicos pero solitarios
hasta que realmente se cansa
y  abandona, porque siempre
está adelante, tan lejos,
y a veces lejos es demasiado
como para que la sangre soporte
seguir a pie desnudo con uno mismo.
Y lo debido, lo pactado,
la vida que todos dicen
espera por respuestas y no se puede
vivir de zanahorias si lo que falta es carne.
A veces hubiera querido entenderlo,
y no ser esa misma pregunta
que pedía concretos sin ver lecciones.
Hoy sólo puedo desear
que estas palabras te traigan
desde el otro lado
a este lado,
mientras yo también corro
por mis propios vegetales.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Catatrepas



Todo trae un desorden,
y su incomodidad
inherente,
se trepa cual catatrepa
en tu última gota
del vaso.
Mirar hacia adentro
no te devuelve menos caos.
A veces, sólo desde las terrazas
de los edificios y de la gente,
se pueden mandar a las catatrepas
a catatrepar lejos.

Regla de 20



Los números hacen fila en la recta
sin tocarse, sin salirse
de su lugar en el mundo.
Aprendieron a mostrarse
naturalmente
               equidistantes,
naturalmente
               ciertos.
Aprendieron a aceptar
que no vale lo improvisado
ni los cabos sueltos
de la casualidad.
Siento pena por su destino funcional,
por su alma a la inversa.
Siento pena por el cero
que no cree en los futuros
y también por el veinte
que nunca conocerá el secreto
que el diez le cuenta al nueve
cuando nadie mira.

lunes, 14 de septiembre de 2015

Los otros gestos


     A veces no se trata de irse, doctor, sino de un huirse, por una cierta insoportabilidad que da el que siempre busquen y te encuentren. Siempre esa dificultad por desaparecer del todo. Porque convengamos que uno puede esconder una mano en el guante, una piedra en el zapato, un tic en una tos o un estornudo fingido…Incluso creés que así te saliste con la tuya, y te empapás de la buena suerte del caos pegándote como una lluvia sin que ninguno caiga en cuenta, y listo, ese amarretearles una verdad hace que todo sea más liviano porque no hay testigos, y hasta la comisura derecha se levanta y se hace  creíble por debajo de la lana rojaverde- rojaverde de la bufanda que escondió tu tristeza hasta hace un rato. 
     Pero ahí está el problema y la mentira autoinfligida: andar confiándose en los gestos minúsculos, que al final son como hormiguitas caminando por el costado de la pared del jardín que sólo ve la gente que te tiene por demás estudiado, y que siempre te va a mirar como sospechando que tenés un día negro y de seis patas, hagas lo que hagas o estés como estés. 
     No, lo peligroso son los otros elementos: los que están a la espera de traicionarte ante todo público. Ese zapato no lustrado, esa media que no hace juego con la otra, esa mirada que dice lindo día a Doña Josefa la vecina, mientras ella como que duda y sí ve en sus ojos, doctor, esas nubes con tormenta. Ese quiebre final es el que te deja desnudo ante el mundo, y el mundo es mucha gente mirando fijo, con ojos insoportables que esperan, urgentes.
     A veces siento que no se puede engañar a nadie del todo, doctor, y esa infacultad me desilusiona de la vida. Entonces pienso en eso de no estar más, como una paz que nos lleva a lugares desaparecedores de los que nadie sabe mucho. 
     Irse y no volver, ¿se imagina? para que el juego de las escondidas no termine en un preciso ¡Pica usted que está escondido detrás del árbol!, sino con un final abierto, y sobre todo realmente ausente.

jueves, 20 de agosto de 2015

Los simuladores



Y entonces había otras formas de morir
que no tenían que ver con el clásico acto
de desaparición. Todo podía detenerse
hasta secarse, todo podía implosionar
sin ser adivinado
por quien no sospecha.
Afuera, de todas formas, la gente
los vería igual, transcurriendo un espacio,
repetidos en el mismo sillón
sin intermitencias en el modo llano
del afecto y del pensar, 
congelados en un gesto
por mucho tiempo,
mucho
más allá
del todo necesario.
Incluso cuando  preguntaran por ellos
otros dirían que están bien,
que acaban de verlos
frente a la tv, mimetizados
con ese otro tipo de muertos
que también disimulan.

martes, 4 de agosto de 2015

Preferiría no hacerlo


"No sé cómo, últimamente, yo había contraído la costumbre de usar la palabra preferir." (Bartleby, el escribiente- H. Melville) 
 A veces uno no escribe
porque algo adentro no puede.
Porque todo está tan negado
a nuestra facultad de ósmosis
con la palabra fatal y necesaria,
que cualquier trazo perdido
cae, desganado, hasta lo transparente.
No es que uno no quiera
sentarse a escupir el fuego
de lo medido, o los otros
fuegos, que pidenpiden
PIDEN
siempre un poco más de incendio,
aunque después no quede nada
que presentarle al papel en blanco.
A veces uno no escribe
por no poder enfrentarse, o  caminar la noche
de lo largo y lo recto y lo plano,
porque tiene miedo que al cerrar el ojo
que abre la puerta de los símbolos,
venga la sinapsis de lo inoportuno
a traer  poemas muertos, imposibles,
desde los muchos cementerios velados
que tenemos adentro,
en lo más oscurísimo
de lo oscuro.

domingo, 12 de julio de 2015

Migas



Vivir solo es no comer a tiempo, ir de acá-allá haciendo migas con un par de cosas para comer que hacen migas. Y después comer las migas. Del piso. Con microbios, pero no importa, porque estás solo y los microbios son parte de la compañía que no mira en la tv la propaganda de Mr. Músculo. No hay protocolos escritos para menos de dos. Estar solo es comer lo que sea, hasta unas migas sinmigo.  Que nadie te venga a decir ojo con los microbios, cuidado con lo que cae. Cuidado con las migas, cuidado, cuidate. Que nadie te avise que el mundo está lleno de átomos o partículas en migas; que deberías cuidarte de esas, o de aquellas. La normalidad exige comer enteros sobre superficies altas. No comer migas. No comer del piso. No comer microbios.  Sí ser (uno mismo) un microbio de un piso más grande, el primer puesto en la cadena alimentaria de alguien que jamás comería del piso, sino sobre tres manteles, uno sobre otro.  Comer, o ser comido, dilemas de nuestro tiempo. Un microbio social viviendo en alguna miga del mundo. Escribir es como una miga que cae en un suelo incierto. Escribir sobre microbios suele  ser una miga que nadie come, ni interesa barrer. Los microbios no escriben, pero saben crear abismos con migas. Yo no sé crear abismos, pero sé caerlos muy bien, hasta su fondo. 

lunes, 6 de julio de 2015

Abrirse



Lo peor es creer que uno
podría soltar el alma ante cualquiera
como un perfume que decanta,
como si el simple paso del tiempo
ablandara por sí mismo las murallas,
como si la duración pudiera darle
un vidrio menos empañado al espíritu
como si pretendiéramos oler
el núcleo de todos los azahares
al pelar
              (lentamente)

                                      una naranja.

domingo, 21 de junio de 2015

veintiuno del seis

la desesperación son las siete de la tarde
al lado de una canilla que pierde
el mundo hablando a gritos, afuera
los monstruos peleando a gritos, adentro
un no tener valor, o una puerta
un no saber quedarse ni despedirse
unas pastillas que no hicieron efecto
la comida de anteayer
todavía esperando por mí en la mesada.

Ausencia (segundo año)

Las ausencias, grises y metálicas
unen partes de recuerdos
como monstruos infinitos, lánguidos
que nunca se quedan del todo quietos.
Si pudieran, descansarían
en esa paz que se han ganado
crecida en el estómago
y  arribalaizquierda,
donde late la nada.
Ese es el lugar
donde a las ausencias
les duele la ausencia.

Ausencia (primer año)

Hay un primero de muchos
días del padre distintos
donde todo deja de ser común
para convertirse
en otra parte, o una heladera
que te envuelve, o una sirena
inmensamente poderosa
que llena la habitación
con sonidos inequívocos
de esa otra parte
que no estuvo nunca.
Debe ser así de frío
el ruido ensordecedor
de la ausencia en silencio.

viernes, 19 de junio de 2015

Cómo convertirse en escritora - (por LORRIE MOORE)



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Primero, trata de ser algo, cualquier cosa pero otra cosa. Estrella de cine/maestra jardinera. Presidente del mundo. Es mejor si fracasas cuando eres joven –digamos, a los catorce-. Una desilusión temprana, crítica, es necesaria para que a los quince puedas escribir largas oraciones en forma de haiku sobre el deseo que no se realiza. Es un estanque, pimpollo de cerezo, viento que golpea contra alas de gorrión se va hacia montañas. Cuenta las sílabas. Muéstraselo a tu mamá. Ella es dura y práctica. Tiene un hijo en Vietnam y un esposo que tal vez tiene una amante. Cree en usar marrón porque eso no deja ver las manchas. Mirará con rapidez lo que escribiste, después te mirará a ti de nuevo con la cara vacía como un Donet. Dirá:
-¿Qué te parece si vacías el lavaplatos?
Desvía la vista. Empuja los tenedores dentro del cajón. Accidentalmente, rompe uno de los vasos que dan gratis en las estaciones de servicio. Esto es el dolor y el sufrimiento que se requieren. Esto es sólo para empezar.
En la clase de lengua de la secundaria mira la cara del señor Killian. * Decide que las caras son importantes. Escribe una Villanelle, poema complejo, sobre los poros. Lucha. Escribe un soneto. Cuenta las sílabas: nueve, diez, once. Decide experimentar con la ficción. Ahí no tienes que contar sílabas. Escribe un cuento sobre un hombre y una mujer mayores que accidentalmente se disparan en la cama, resultado de la inexplicable falla de funcionamiento en un revólver que aparece misteriosamente en el living de la casa una noche. Dáselo al señor Killian como proyecto final. Cuando lo recibes, él escribió a un costado: “Algunas de tus imágenes son muy lindas, pero no tienes sentido del argumento”. Cuando estás en casa, en la privacidad de tu propia habitación, escribe con debilidad, en lápiz, por debajo de sus comentarios en tinta negra: “Los argumentos son para los muertos, cara-llena-de-poros”.
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* Killian suena a Kill, matar en inglés. (N. de la T)
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Toma todos los trabajos de cuidadora de nenes que puedas. Eres muy buena con los chicos. Te aman. Les cuentas historias sobre viejos que mueren muertes idiotas. Les cantas canciones como Campanas azules de Escocia, que es la favorita de todos. Y cuando están en pijama y finalmente dejaron de pellizcarse, cuando están bien dormidos, lees todos los manuales sobre sexo que encuentras en la casa, y te preguntas cómo alguien de este planeta pudo haber hecho esas cosas con una persona que realmente amaba. Duérmete en una silla leyendo el Playboy del señor McMurphy. Cuando los McMurphy vuelven a casa, te van a golpear en el hombro, van a ver la revista en tu falda, y sonreirán. Vas a querer morirte. Te van a preguntar si Tracey tomó su remedio sin problemas. Explica, sí, sí, que le prometiste un cuento si se lo tomaba como una chica grande y que eso funcionó muy bien.
-Ah, maravilloso –van a decir.
Trata de sonreír, orgullosa.
Llena una inscripción a una universidad para psicología infantil.
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Como estudiante de psicología infantil, vas a tener algunas materias opcionales. Siempre te gustaron los pájaros. Anótate en algo llamado “El trabajo de campo en ornitología”. Se encuentran los martes y los jueves a las dos. Cuando llegas al Salón 134 el primer día de clases, todo el mundo está sentado a una mesa de seminario hablando de metáforas. Ya sabes todo eso. Después de un rato corto, intolerable, levanta la mano y di sin seguridad:
-Perdonen, ¿esto es Observación de Pájaros…uno…ah…uno?
La clase se detiene y se vuelve a mirarte. Parecen tener todos la misma cara, gigantesca y blanca como un reloj después del paso de los vándalos. Alguien con una barba contesta en voz bien alta:
-No, esto es Taller de Escritura Creativa.
Di:
-Ah, bien –como si lo hubieras sabido todo el tiempo. Mira tu horario. Pregúntate cómo diablos terminaste aquí. Aparentemente, la computadora cometió un error. Deberías empezar a levantarte pero no. Las colas para inscribirse son largas este año. Tal vez, deberías aceptar el error. Tal vez tu escritura creativa no es tan mala. Tal vez es el destino. Tal vez esto es lo que quería decir tu papá cuando dijo:
-Ésta es la era de las computadoras, Frances, la era de las computadoras.
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* * *
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Decide que te gusta la universidad. En el campus, conoce a mucha gente agradable. Algunas son más inteligentes que tú. Y algunas, según notas, más tontas que tú. Desafortunadamente, vas a seguir viendo el mundo en esos términos, exactamente en esos, por el resto de tu vida.
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La tarea de esta semana en el Taller de Escritura es narrar un hecho violento. Entrega una historia sobre ir manejando con el tío Gordon y otra sobre dos viejos que accidentalmente se electrocutan cuando van a encender una lámpara de escritorio con el cable en mal estado. El maestro te lo va a devolver con comentarios:
“Gran parte de tu escritura es suave y energética. Sin embargo, tienes una noción de argumento realmente ridícula”. Escribe otra historia sobre un hombre y una mujer que, en el primer párrafo, ven volada la parte inferior del torso con dinamita. En el segundo párrafo, con el dinero del seguro, compran un negocio para vender yogur helado. Hay seis párrafos más. Lees todo en voz alta en clase. No le gusta a nadie. Dicen que tu sentido del argumento es insoportable e incompetente. Después de la clase, alguien te pregunta si estás loca.
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Decide que tal vez deberías no salirte de la comedia. Empieza a salir con alguien que es divertido, alguien que tiene lo que en la secundaria llamabas “un gran sentido del humor” y que ahora tu clase de escritura creativa llama “autodesprecio que hace surgir la forma cómica”. Toma nota de todos sus chistes, pero no le digas que lo haces. Fabrica anagramas con el nombre de su novia anterior y dale esos nombres a todos tus personajes inválidos. Dile que su novia anterior está en todos tus cuentos y después, vigila bien para ver lo cómico que puede ser él, para ver qué sentido del humor realmente grande puede tener en realidad.
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Tu consejero de psicología infantil te dice que estás descuidando los cursos del área. Que deberías pasar la mayor parte de tu tiempo haciendo lo que se relaciona con el título que quieres conseguir. Di que sí, que entiendes.
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En los seminarios de escritura creativa de los años que siguen, todo el mundo sigue fumando cigarrillos y preguntando las mismas cosas:
-Pero, ¿funciona?
¿Por qué me tiene que importar este personaje?
-¿Te has ganado ese cliché?
Parecen preguntas importantes.
Algunos días, cuando te toca a ti, miras a la clase con esperanza mientras ellos registran tus copias mimeografiadas buscando un argumento. Ellos te devuelven la mirada, se arrastran profundamente, buscando, después sonríen de una forma dulce.
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Pasas demasiado tiempo desmoralizada y arrastrando los pies. Tu novio sugiere que empieces a hacer ciclismo. Tu compañera de habitación sugiere un nuevo novio. Te dicen que te automutilas y que pierdes peso, pero tú sigues escribiendo. La única felicidad que tienes es escribir algo nuevo, en el medio de la noche, con las axilas húmedas, el corazón palpitante, algo que no ha visto nadie todavía. Solamente tienes esos momentos de éxtasis breves, frágiles, sin controlar, en que lo sabes: eres un genio. Comprende lo que tienes que hacer. Cambia de carrera. Los chicos de tu proyecto van a sentirse desilusionados, pero tú tienes una vocación, una urgencia, una falsa ilusión, una costumbre desafortunada. Como diría tu madre, has caído en una mala compañía.
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¿Por qué escribir? ¿De dónde viene la escritura? Ésas son preguntas que debes hacerte. Son como: ¿De dónde viene el polvo? O: ¿Por qué hay guerra? O: Si hay Dios, ¿entonces por qué mi hermano es ahora un inválido?
Son preguntas que retienes en la billetera, como tarjetas de ciertas personas. Son preguntas, dice tu maestro de escritura creativa, que son buenas para hacerse en los diarios íntimos pero raramente en la ficción.
El profesor de escritura de este otoño está haciendo hincapié en el Poder de la Imaginación. Lo cual quiere decir que no quiere historias largas y descriptivas sobre el viaje en carpa que hiciste en el último verano. Quiere que empieces en un contexto realista pero que después lo alteres. Como una combinación nueva de ADN. Quiere que dejes que navegue tu imaginación, que dejes que se le hinche el vientre en el viento. Ésa es una cita de Shakespeare.
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Dile a tu compañera de cuarto tu gran idea, tu gran ejercicio de poder imaginativo: una transformación de Melvilla a la vida contemporánea. Será sobre la monomanía y el mundo del pez grande se come al pez pequeño de los seguros de vida en Rochester, Nueva York. La primera oración será: “Llámenme Comepescado” y tendrá como rasgo importante un esposo suburbano menopáusico llamado Richard a quien, como está tan deprimido todo el tiempo, su inteligente esposa Elaine llama “Mufi Dick”. * Dile a tu compañera de cuarto:
-Mufi Dick, ¿entiendes?
Tu compañera de cuarto te mira, la cara vacía como un gran pañuelo de papel. Viene hasta ti como un varón amigo de otro, y te pasa un brazo sobre los hombres apesadumbrados.
-Escucha, Francie –dice, lentamente como se habla en las terapias-. Salgamos a tomarnos una cerveza.
El seminario no aprecia esto tampoco. Sospechas que todos ellos están empezando a sentir lástima por ti. Dicen:
-Tienes que pensar en lo que está pasando. ¿Dónde está la historia?
En el semestre siguiente, el profesor está obsesionado con escribir a partir de experiencias personales. Tienes que escribir a partir de lo que sabes, a partir de lo que te ha pasado. Quiere muertes, quiere viajes en carpa. Piensa en lo que te ha pasado. En tres años, hubo por lo menos tres cosas: perdiste tu virginidad; tus padres se divorciaron; y tu hermano vino a casa desde una selva a quince kilómetros de la frontera de Camboya con sólo medio muslo, una mueca permanente anidada en un costado de la boca.
Sobre lo primero, escribes: “Creó un espacio nuevo, que dolía y gritaba en una voz que no era la mía. No soy la misma desde entonces, pero voy a estar bien”.
*Juego de palabras con el nombre de la ballena blanca de melvilla, Moby Dick. (N. de la T)
Sobre lo segundo, escribes una historia elaborada sobre una vieja pareja de casados que se tropiezan con una mina antipersonal en la cocina y accidentalmente se vuelan en pedazos. Le pones como título: “Hasta que la mortadela nos separe”. Sobre lo último, no escribes nada. No hay palabras para eso. Tu máquina de escribir tararea. No encuentras palabras.
En las fiestas con cócteles de los estudiantes, la gente dice:
-Ah, ¿escribes? ¿Y sobre qué escribes?
Tu compañera de cuarto, que tomó demasiado vino, comió demasiado queso, y ninguna galletita, estalla:
-Ay, mi dios, siempre escribe sobre su estúpido novio.
Más tarde, en la vida, vas a aprender que los escritores son simplemente textos abiertos, indefensos, sin una comprensión real de lo que escribieron y por lo tanto tienen que creer a medias cualquier cosa que se diga de ellos, todo lo que se diga de ellos. Sin embargo, tú todavía no has llegado a esa etapa de la crítica literaria. Te pones tiesa y dices:
-No es cierto –como lo decías cuando alguien en cuarto grado te acusaba de que en realidad te gustaban las clases de oboe y en realidad tus padres no te estaban obligando a tomarlas.
Insiste en que no estás muy interesada en ningún tema en particular, en que estás interesada en la música del lenguaje, en que estás interesada en… en… las sílabas, porque son los átomos de la poesía, las células de la mente, el aliento del alma. Empieza a sentirte mareada. Mira fijo tu copa de plástico con vino.
-¿Sílabas? –vas a oír que dice alguien, la voz arrastrada y cada vez más lejana mientras se alejan hacia el blanco tranquilizador del bol de salsa.
Empieza a preguntarse sobre qué escribes. O si tienes algo que decir. O si existe eso que llaman algo que decir. Limita esos pensamientos a no más de diez minutos por día, como sesiones, pueden hacerte pensar. Vas a leer algo en alguna parte, que toda escritura tiene que ver con los genitales del que escribe. No te dediques a pensarlo. Te pondrá nerviosa.
Tu madre va a venir a visitarte. Va a mirar las orejas y te va a dar un libro marrón con un maletín marrón en la tapa. Se llama: Cómo ser una ejecutiva de negocios. También te compró la enciclopedia de Nombres de bebés que le pediste; uno de tus personajes, un maestro envejecido de la escuela de payasos, necesita un nuevo nombre. Tu madre va a menear la cabeza y decir:
-Francie, Francie, ¿recuerdas cuando ibas a ser especialista en psicología infantil?
Di:
-Mamá, me gusta escribir.
Ella va a decir:
-Claro que te gusta escribir. Claro. Claro que te gusta escribir.
Escribe una historia sobre un estudiante de música confundido y ponle como título: “Schubert fue el de los anteojos, ¿verdad?”. No es un gran éxito aunque a tu compañera de cuarto le gusta la parte en que dos violinistas accidentalmente se vuelan en pedazos en una habitación preparada para un recital.
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-Salí con un violinista una vez –dice, y hace estallar su pelota de chicle.
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Gracias a dios estás haciendo otros cursos. Encuentras un santuario en los problemas complejos de la ontología del siglo XIX y los rituales de cortejo de los invertebrados. Ciertos moluscos globulares tienen lo que se llama “Sexo por el brazo”. El pulpo macho, por ejemplo, pierde el extremo de un brazo cuando lo pone dentro del cuerpo de la hembra durante el acto sexual. Los biólogos marinos lo llaman “Séptimo Cielo”. Siéntete feliz de saber esas cosas. Siéntete feliz de no ser solamente una escritora. Inscríbete en la facultad de derecho.
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De ahí, pueden pasar muchas cosas. Pero la principal será: decides no ir a la facultad de derecho después de todo y en lugar de eso, te pasas una parte grande, importante de tu vida adulta contándole a la gente cómo decidiste no ir a la facultad de derecho después de todo. De alguna forma, terminas escribiendo otra vez. Tal vez te recibas. Tal vez trabajas en lo que puedes y haces cursos de escritura de noche. Tal vez estás trabajando en una novela y tomando nota de todas las afirmaciones inteligentes y las confesiones íntimas que oyes durante el día. Tal vez estás perdiendo a tus amigos, tus conocidos, tu equilibrio.
Rompiste con tu novio. Ahora sales con hombres que, en lugar de susurrar: “Te amo”, gritan: “Házmelo, nena”. Eso es bueno para tu escritura.
Tarde o temprano tienes un manuscrito terminado, más o menos. La gente lo mira con los ojos vagamente preocupados y dice:
-Apuesto a que ser escritora fue siempre una de tus fantasías, ¿no?
Se te secan los labios, se te convierten en sal. Di que de todas las fantasías posibles en el mundo, no puedes imaginarte que ser escritor pueda siquiera llegar a estar entre las primeras veinte. Diles que vas a ser especialista en psicología infantil.
-Apuesto –suspiran ellos, siempre-, apuesto a que serías excelente con los chicos.
Búrlate de ellos con ferocidad. Diles que eres una hoja de cuchillo que camina.
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Deja de ir a clase. Deja de trabajar. Cobra viejos bonos de ahorros. Ahora tienes tiempo como verrugas en las manos. Lentamente, copia todas las direcciones de tus amigos en una nueva libreta de direcciones.
Aspira. Mastica caramelos para la tos. Lleva una carpeta llena de fragmentos.
Un párpado que se oscurece hacia un costado.
El mundo como conspiración.
¿Argumento posible? Una mujer se sube a un autobús.
Supón que tiras un amorío y nadie viene.
En casa, toma mucho café. En Howard Jonson’s, pide ensalada de repollo. Piensa la forma en que la ensalada parece un mapa convertido en papel picado: dónde estuviste, adónde vas, “Usted está aquí”, dice la estrella roja en la parte de atrás del menú.
De vez en cuando, sal con una cara blanca como una hoja de papel que te pregunta si los escritores se desaniman. Di que a veces lo hacen y a veces, no. Di que se parece mucho a tener la polio.
-Interesante –sonríe tu cita y después se mira los pelos del brazo y empieza a alisarlos, todos, siempre, en la misma dirección.

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(del libro de relatos AUTOAYUDA--(frag)--)

martes, 9 de junio de 2015

Nigredo Albedo Rubedo


Y la gente hace de cuenta
pero se mueven en distancias,
con un ojo en el altar,
y otro en la tumba,
lugares que no te salvan
porque no son tuyos.
Ambas son piedras frías y quietas,
que algún otro inventó
para decirte que así es el amor autorizado
y que esta es tu habitación para la muerte.
Mientras, la propia piedra, existe
para no darle el gusto a nadie
aunque eso implique escapar
siempre escapar
siempre
escapar, pero mejor hacia adentro                               
donde la cantera propia, espera
que tengas el valor de cincel, o de bomba
para reventar el centro, y rearmarlo
palabra
por
palabra.

miércoles, 3 de junio de 2015

Anónimos en vuelo



La muerte  como imán inevitable,
como una bola de chicle en el pozo,
pegada en vos y en todos los otros,
que justo pasaban. Tu única culpa
fue la casualidad y la intersección
con el camino del monstruo.
 Muerte que canta quintina
tachando todos tus números,
paredes oscuras, lo injusto
creando carne en los que manejan
la desmemoria y sus leyes.
No cabe tanto ojalá en quien te extraña,
ni el cansancio en las plegarias latentes,
acunadas por sus aurículas.
No cabe mi asco en el sonido del nombre
de quien te desarmó como puzzle en reversa,
mientras desde el piso, tu alma en migas, vuela
donde nadie hiere, ni puede olvidarse
que hay una luz menos entre tanta mugre,
y una deuda más, en aquellos otros planos.

sábado, 23 de mayo de 2015

Libre albedrío



¿Cuánto más, así,
entre juegos convenientes,
y pulsiones en modo freno,
esperando que caiga rojo el almanaque?
¿Que surja, al fin, quien deje
de escucharte los supuestos,
para agarrarse fuerte del subtítulo
desnudando con furia,
y violaciones a la dialéctica,
los monstruos que habitan
la palma de tu miedo?
¿Te das cuenta, que lo único que crece
es la necesidad de alguien
que te atrape con los dientes
como la última sortija en calesita,
y que mirándote todo un rato escupa
el inocente gesto de la risa
sobre tu tratado
del movimiento permanente;
alguien que te estampe
el sopapo asqueroso de la verdad,
y la más básica de las promesas
de que importás, no en fragmentos,
y que siempre, pero nunca
va a querer irse?
Igual, esta es una de las formas
de transitar el mundo.
El mercado del libre albedrío
tiene larga oferta de opciones
y yo también creo en el cansancio
y en las ventajas de comprar
esa pantalla plana que atonta,
o una muñeca menos puta
donde encajan los colores medios
y que al menos entretenga
el sentido de las horas
(¿o eso pretendía
del televisor?),
contra lo evidente, en inevitable
emancipándonos del todo,
pero
pero el libre albedrío, dije.
Entonces por hoy no, gracias.
Yo no vine a comprar
sólo estaba mirando.


domingo, 17 de mayo de 2015

Insight






Como un asesinato en masa
un enchastre reventando lajas
partido en mil el rincón asqueado,
saturado del vómito de las sangres.
Olor a lo que sobra de la muerte
manchas pegadas en un para siempre
que no se diluye entre humores del agua.
Los cuchillos ahí, a la vista de todos
impunes, y como burlando
cualquier atajo de las condenas.
Así es, y debería verse la foto
de la traición, entre el segundo antes
y el después, al darnos cuenta.

sábado, 16 de mayo de 2015

Superhéroes







Tiene 7 años, y ayer
se lo olvidaron en la escuela.
La remera que lleva
es demasiado grande
aún ahora, que sufre
una indefinición del color
que intenta encajar en los blancos.
Tiene un agujero, también
en su lado izquierdo,
por donde aparece un lunar
y en lo profundo,
puede verse un conejito
inquieto y rojo,
que tintinea sin mordidas,
o eso dice desde su ventana
cuando se asoma, a veces.
Agujero con flecos, barba de 3 días,
barrilete con defensas blandas,
vencidas demasiado rápido,
doble flecha ida y vuelta,
por donde entra el afuera
y salen sueños, de los que juramos
olvidarnos al crecer.
Gira en medias vueltas,
rayo de luz entre calesitas
de una Ciudad Gótica de barrio,
Atlántida emergente
del patio de adelante,
jugándose un ojo en modo superhéroe,
y otro en la puerta, por si sus dioses
llegan, al fin,  a rescatarlo.
Hay un agujero en la inmunidad de su traje
por donde entra el hambre de las 13,
y él se siente una aguja más,
en el paso de las horas.
Como si le tocara justificar la ausencia
fabrica disculpas, y un
mi mamá debe estar cocinando,
y es un clima agridulce, cuando lo escucho
llenarse entero, de todas las letras
redondas del mimamá
como si con eso sobrara,
o alcanzara, al menos,
y pienso si el conejito
lo estará mirando
como yo, en silencio,
y querrá acurrucarlo.
No hay malos en la historia
de mi superhéroe del patio,
sino gente que ya llega,
pero todavía
no.
Y es un agujero solitario, ese que tiene.
También lo es
el de la remera.

jueves, 7 de mayo de 2015

Shock





Algo fuerte, definitivo
y tajante,
como todo vino, hirviéndonos
la boca.
El vacío, sin descremarnos
la memoria.
Sin pausas, el horror
y su desgarro.
La luz desnuda, taladrando
todo en seco.
Arrojadas, como dados,
las verdades.
Derechas, hasta el choque,
las esquinas.
Y sin nueva oración, mi párrafo
y su punto.

viernes, 1 de mayo de 2015

Vasos comunicantes



¿Y vos? ¿Podés asumir tu contradicción
y mirarla como una segunda cabeza
creciéndote en el costado?
¿Podés bancarte su contrapeso
y aprender a caminar rengo,
intentando lo derecho,
para no irte tan lejos de los otros?
¿Podés dejarla en paz,
y a la vez preguntarle
si tiene frío?

sábado, 18 de abril de 2015

La silla (II)



Me miran, todos me miran, detrás de la soga y sus cámaras digitales. Soy como el colmo de las sillas, o la histeria de los muebles, un objeto creado para mantenerse virgen. Las lógicas del humano no resisten análisis, y me arrastran a un destino como esclava de su gusto, como payaso del que esperan la próxima gracia inanimada. Ahí va otra foto, retrato de mi propia inutilidad, testimonio de un fracaso por el que pagan entrada. Una silla sola, intocable en su corralito. Una vaca de museo. Me recuerdo árbol que perdió al sol, recreándose entre montañas y surcos del cincel. ¿Cómo hacerles entender el paisaje que me robaron?¿Cómo mostrarles que envidio a la leña porque se muere dando, mientras calienta? La suerte elige a sus premiados sin consultarles, cayéndoles encima como todo destino, a rajatabla. Esa es la verdadera cárcel, el no poder escapar, después de haber descubierto la trampa. Como en sueños, gritándoles a los que miran quietos, como verdaderos muebles que no piensan, mientras afuera les pasa la vida y las verdaderas fotos, de las que escapan.

martes, 14 de abril de 2015

La silla (I)



La miro, y me pregunto quién habrá tenido la idea. Resalta en su rincón, dorada, pura catarata de estilo. Pareciera que el autor, a medio camino, se hubiera arrepentido de crearla mueble, antojado de obras de arte. Refriega mi nariz con vahos superiores y distantes, altiva sobre panas rojas. Entre los dos hay más de tres escalones, en los que ella encabeza el podio. Encarnamos ideales separados por abismos infinitos. Es ella la que está siendo cuidada de mí, aquí, en el museo. En caso de incendio, sería salvada, y yo parte de los futuros restos. Debería ir y sentarme, aplastar sus ínfulas brillantes, pasadas y presentes, con lo más oscuro de mi culo, para mostrarle quién es el que está arriba ahora, y con qué parte de mí la estoy colonizando. Y luego de haberla humanizado, me echaría tembloroso al piso, para pedirle que se case conmigo hoy, ayer, urgente.

viernes, 3 de abril de 2015

Oler el aire



    Están esos días donde no hay sol en el fondo de los bolsillos y hay que fabricarse alguno, sobre todo porque es absolutamente necesario para que mañana sea una posibilidad. Entonces ahí está mi gata, que brilla desde su afuera como si quisiera guiarme y le sigo la huella hasta el balcón, donde va a oler el aire en un gesto como si en ello hubiera encontrado el sentido de sus siete vidas enteras. La envidio por descubrir el secreto para algunos, en algo que hacemos todos, porque incluso esa misma sustancia entra y sale de mí, y no siento en ello ninguna experiencia trascendente, más que perpetuarme anclada en lo orgánico.

    En eso ella gira levemente su cabeza, y un nosequé en ese movimiento me recuerda a alguien. Ya no es la gata sino mi padre quien ahora inhala, deteniendo el aire, retrocediéndolo. Aire oliendo a tu tabaco que sofoca más apagado que prendido; un soplo no conductor de la palabra guardada, ahora inútil. Un viento apurado por mostrarte que ahora entiendo un poco más, y tampoco sirve; una brisa leve que susurra el gracias por los libros congelado en los tinteros. Qué frío es ese aire solo y parecido; cuánto entiendo tanto vidrio vacío haciendo fila en el rincón, sin reflejar la luz sino comiéndosela.

    Gira la hora y la vida en la proyección que ahora vuelve en la gata que se levanta a buscar comida. En mi diario hoy declaro que cuando respiré, aprendí a rezar.

martes, 31 de marzo de 2015

Refugios

Puzzle

Ningún escritor se acuesta dos noches seguidas en la misma realidad ¿Cómo hace entonces para encontrarse un refugio cuando todo el afuera le provoca vértigo y ganas de volver a casa?

domingo, 29 de marzo de 2015

Un globo rojo


Suelo quedar atrapada en embrollos metafísicos y planes de conspiración imaginarios, pero al reloj no le pasan esas cosas, él no se cuestiona mucho y se conforma con eso de ir hacia su destino que siempre tiene que ver con dar vueltas en círculos, como ahora que anda en la mitad de eso y son las 6, entonces hay que ir corriendo a la parada porque está por pasar el colectivo y uno corre riesgo de llegar tarde a lo de las amigas. Lo bueno es que es domingo y no hay mucho tránsito por Corrientes; no hay casi nada que esquivar visualmente para ver si el 107 aparece allá a lo lejos. Por eso supongo que la mirada inevitablemente se une al único objeto en movimiento que trae el viento, un globo rojo que aparentemente se escapó del Mc Donalds de la esquina y viene con ínfulas de rana, dando tumbos a toda velocidad pegado al cordón, acercándose decidido y como urgido por su propio escape. Sin detenerse pasa  a mi lado y con el mismo énfasis dobla la esquina hasta desaparecer, dando a entender en esa ausencia que el plan de fuga está cumplido, y demostrando que si los globos han aprendido ya a independizarse y doblar las esquinas, no pasará mucho tiempo hasta que inventen un lenguaje, y de ahí a querer conquistar el mundo hay un solo paso. Creo que ya los relojes en su rutina de autómatas nos están avisando en cada giro del disco que la cosa pasa por ahí, y los medios vienen diciendo hace rato que la globalización será la perdición de la humanidad, pero usted y yo cambiamos de canal, como si nuestra mente cuadrada no pudiera entender que tanta  redondez nos está por caer encima, o no nos importara cambiar de forma ante cualquiera que viene y se pone a darnos cuerda y a hacernos girar en círculos marcando nuestra hora final, que es la hora en que todo nos empieza a dar lo mismo.