Suelo quedar atrapada en embrollos metafísicos y planes de
conspiración imaginarios, pero al reloj
no le pasan esas cosas, él no se cuestiona mucho y se conforma con eso de ir
hacia su destino que siempre tiene que ver con dar vueltas en círculos, como
ahora que anda en la mitad de eso y son las 6, entonces hay que ir corriendo a
la parada porque está por pasar el colectivo y uno corre riesgo de llegar tarde
a lo de las amigas. Lo bueno es que es domingo y no hay mucho tránsito por
Corrientes; no hay casi nada que esquivar visualmente para ver si el 107
aparece allá a lo lejos. Por eso supongo que la mirada inevitablemente se une
al único objeto en movimiento que trae el viento, un globo rojo que
aparentemente se escapó del Mc Donalds de la esquina y viene con ínfulas de
rana, dando tumbos a toda velocidad pegado al cordón, acercándose decidido y
como urgido por su propio escape. Sin detenerse pasa a mi lado y con el mismo énfasis dobla la
esquina hasta desaparecer, dando a entender en esa ausencia que el plan de fuga
está cumplido, y demostrando que si los globos han aprendido ya a independizarse
y doblar las esquinas, no pasará mucho tiempo hasta que inventen un lenguaje, y
de ahí a querer conquistar el mundo hay un solo paso. Creo que ya los relojes en
su rutina de autómatas nos están avisando en cada giro del disco que la cosa
pasa por ahí, y los medios vienen diciendo hace rato que la globalización será
la perdición de la humanidad, pero usted y yo cambiamos de canal, como si nuestra
mente cuadrada no pudiera entender que tanta redondez nos está por caer encima, o no nos
importara cambiar de forma ante cualquiera que viene y se pone a darnos cuerda y
a hacernos girar en círculos marcando nuestra hora final, que es la hora en que
todo nos empieza a dar lo mismo.
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