Me miran, todos me miran, detrás de la
soga y sus cámaras digitales. Soy como el colmo de las sillas, o la
histeria de los muebles, un objeto creado para mantenerse virgen. Las
lógicas del humano no resisten análisis, y me arrastran a un
destino como esclava de su gusto, como payaso del que esperan la
próxima gracia inanimada. Ahí va otra foto, retrato de mi propia
inutilidad, testimonio de un fracaso por el que pagan entrada. Una
silla sola, intocable en su corralito. Una vaca de museo. Me recuerdo
árbol que perdió al sol, recreándose entre montañas y surcos del
cincel. ¿Cómo hacerles entender el paisaje que me robaron?¿Cómo
mostrarles que envidio a la leña porque se muere dando, mientras
calienta? La suerte elige a sus premiados sin consultarles,
cayéndoles encima como todo destino, a rajatabla. Esa es la
verdadera cárcel, el no poder escapar, después de haber descubierto
la trampa. Como en sueños, gritándoles a los que miran quietos,
como verdaderos muebles que no piensan, mientras afuera les pasa la
vida y las verdaderas fotos, de las que escapan.
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