lunes, 14 de septiembre de 2015

Los otros gestos


     A veces no se trata de irse, doctor, sino de un huirse, por una cierta insoportabilidad que da el que siempre busquen y te encuentren. Siempre esa dificultad por desaparecer del todo. Porque convengamos que uno puede esconder una mano en el guante, una piedra en el zapato, un tic en una tos o un estornudo fingido…Incluso creés que así te saliste con la tuya, y te empapás de la buena suerte del caos pegándote como una lluvia sin que ninguno caiga en cuenta, y listo, ese amarretearles una verdad hace que todo sea más liviano porque no hay testigos, y hasta la comisura derecha se levanta y se hace  creíble por debajo de la lana rojaverde- rojaverde de la bufanda que escondió tu tristeza hasta hace un rato. 
     Pero ahí está el problema y la mentira autoinfligida: andar confiándose en los gestos minúsculos, que al final son como hormiguitas caminando por el costado de la pared del jardín que sólo ve la gente que te tiene por demás estudiado, y que siempre te va a mirar como sospechando que tenés un día negro y de seis patas, hagas lo que hagas o estés como estés. 
     No, lo peligroso son los otros elementos: los que están a la espera de traicionarte ante todo público. Ese zapato no lustrado, esa media que no hace juego con la otra, esa mirada que dice lindo día a Doña Josefa la vecina, mientras ella como que duda y sí ve en sus ojos, doctor, esas nubes con tormenta. Ese quiebre final es el que te deja desnudo ante el mundo, y el mundo es mucha gente mirando fijo, con ojos insoportables que esperan, urgentes.
     A veces siento que no se puede engañar a nadie del todo, doctor, y esa infacultad me desilusiona de la vida. Entonces pienso en eso de no estar más, como una paz que nos lleva a lugares desaparecedores de los que nadie sabe mucho. 
     Irse y no volver, ¿se imagina? para que el juego de las escondidas no termine en un preciso ¡Pica usted que está escondido detrás del árbol!, sino con un final abierto, y sobre todo realmente ausente.

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