sábado, 16 de mayo de 2015

Superhéroes







Tiene 7 años, y ayer
se lo olvidaron en la escuela.
La remera que lleva
es demasiado grande
aún ahora, que sufre
una indefinición del color
que intenta encajar en los blancos.
Tiene un agujero, también
en su lado izquierdo,
por donde aparece un lunar
y en lo profundo,
puede verse un conejito
inquieto y rojo,
que tintinea sin mordidas,
o eso dice desde su ventana
cuando se asoma, a veces.
Agujero con flecos, barba de 3 días,
barrilete con defensas blandas,
vencidas demasiado rápido,
doble flecha ida y vuelta,
por donde entra el afuera
y salen sueños, de los que juramos
olvidarnos al crecer.
Gira en medias vueltas,
rayo de luz entre calesitas
de una Ciudad Gótica de barrio,
Atlántida emergente
del patio de adelante,
jugándose un ojo en modo superhéroe,
y otro en la puerta, por si sus dioses
llegan, al fin,  a rescatarlo.
Hay un agujero en la inmunidad de su traje
por donde entra el hambre de las 13,
y él se siente una aguja más,
en el paso de las horas.
Como si le tocara justificar la ausencia
fabrica disculpas, y un
mi mamá debe estar cocinando,
y es un clima agridulce, cuando lo escucho
llenarse entero, de todas las letras
redondas del mimamá
como si con eso sobrara,
o alcanzara, al menos,
y pienso si el conejito
lo estará mirando
como yo, en silencio,
y querrá acurrucarlo.
No hay malos en la historia
de mi superhéroe del patio,
sino gente que ya llega,
pero todavía
no.
Y es un agujero solitario, ese que tiene.
También lo es
el de la remera.

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