Los
números hacen fila en la recta
sin tocarse,
sin salirse
de
su lugar en el mundo.
Aprendieron
a mostrarse
naturalmente
equidistantes,
naturalmente
ciertos.
Aprendieron
a aceptar
que
no vale lo improvisado
ni los
cabos sueltos
de
la casualidad.
Siento
pena por su destino funcional,
por
su alma a la inversa.
Siento
pena por el cero
que
no cree en los futuros
y
también por el veinte
que
nunca conocerá el secreto
que
el diez le cuenta al nueve
cuando
nadie mira.
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