lunes, 7 de noviembre de 2011

Después de las fiestas (Julio Cortázar)

Y cuando todo el mundo se iba
y nos quedábamos los dos
entre vasos vacíos y ceniceros sucios,
     
qué hermoso era saber que estabas
ahí como un remanso,
sola conmigo al borde de la noche,
y que durabas, eras más que el tiempo,
     
eras la que no se iba
porque una misma almohada
y una misma tibieza
iba a llamarnos otra vez
a despertar al nuevo día,
juntos, riendo, despeinados.

domingo, 9 de octubre de 2011

Fragmentos de un discurso amoroso II - Roland Barthes

Hay dos afirmaciones del amor. En primer lugar, cuando el enamorado encuentra al otro, hay afirmación inmediata (psicológicamente: deslumbramiento, entusiasmo, exaltación, proyección loca de un futuro pleno: soy devorado por el deseo, por el impulso de ser feliz): digo a todo (cegándome). Sigue un largo túnel: mi primer sí está carcomido de dudas, el valor amoroso es incesantemente amenzado de depreciación: es el momento de la pasión triste, la ascensión del resentimiento y de la oblación. De este túnel, sin embargo, puedo salir; puedo "superar", sin liquidar; lo que afirmé una primera vez puedo afirmarlo de nuevo sin repetirlo, puesto que entonces lo que yo afirmo es la afirmación, no su contingencia: afirmo el primer encuentro en su diferencia, quiero su regreso, no su repetición. Digo al otro (viejo o nuevo): Recomencemos.

sábado, 1 de octubre de 2011

Fragmentos de un discurso amoroso (I) por Roland Barthes

El lenguaje es una piel. Yo froto mi lenguaje contra el otro. Mi lenguaje tiembla de deseo. La emoción proviene de un doble contacto: por una parte, toda una actividad discursiva viene a realzar discretamente, indirectamente, un significado único, que es "yo te deseo", y lo libera, lo alimenta, lo ramifica, lo hace estallar (el lenguaje goza tocándose a sí mismo); por otra parte, envuelvo al otro en mis palabras, lo acaricio, lo mimo, converso acerca de estos mimos, me desvivo por hacer durar el comentario al que someto la relación.
(Hablar amorosamente es desvivirse sin término, sin crisis; es practicar una relación sin orgasmo. Existe tal voz una forma literaria de este coitus reservatus: el galanteo)
La pulsión del comentario se desplaza, sigue la vía de las sustituciones. En principio, discurro sobre la relación para el otro; pero también puede ser ante el confidente: de paso a él. Y después, de él paso a uno: elaboro un discurso abstracto sobre al amor, una filosofía de la cosa, que no sería pues, en suma, mas que una palabrería generalizada. Retomando desde allí el camino inverso, se podrá decir que todo propósito que tiene por objeto al amor implica fatalmente una alocución secreta.

viernes, 30 de septiembre de 2011

Ciclos

http://www.flickr.com-people-ojosaborbotones13/
En el camino hacia el adentro, hoy yo también soy una extraña que cruza el puente y vuelve, que se llama y se busca y ahí va otra vez, espejándose en laberintos y en estrellas de papel. Ahí vamos, a lo profundo, tratando de que el eco busque su forma de trascenderse y encontrar lo que lo hace único en el medio de tanta repetición que se antoja juego de palabras, de sonidos y de historia… Una vez más, creer y respirar el hoy es la llave y la puerta. Ahí, entonces, me hallo y vuelvo a rearmar otro color de mi esencia, con el que pinto un quizás mañana y un quizás la vida...

martes, 9 de agosto de 2011

Sal con una chica que no lee (Por Charles Warnke)



Sal con una chica que no lee. Encuéntrala en medio de la fastidiosa mugre de un bar del medio oeste. Encuéntrala en medio del humo, del sudor de borracho y de las luces multicolores de una discoteca de lujo. Donde la encuentres, descúbrela sonriendo y asegúrate de que la sonrisa permanezca incluso cuando su interlocutor le haya quitado la mirada. Cautívala con trivialidades poco sentimentales; usa las típicas frases de conquista y ríe para tus adentros. Sácala a la calle cuando los bares y las discotecas hayan dado por concluida la velada; ignora el peso de la fatiga. Bésala bajo la lluvia y deja que la tenue luz de un farol de la calle los ilumine, así como has visto que ocurre en las películas. Haz un comentario sobre el poco significado que todo eso tiene. Llévatela a tu apartamento y despáchala luego de hacerle el amor. Tíratela.

Deja que la especie de contrato que sin darte cuenta has celebrado con ella se convierta poco a poco, incómodamente, en una relación. Descubre intereses y gustos comunes como el sushi o la música country, y construye un muro impenetrable alrededor de ellos. Haz del espacio común un espacio sagrado y regresa a él cada vez que el aire se torne pesado o las veladas parezcan demasiado largas. Háblale de cosas sin importancia y piensa poco. Deja que pasen los meses sin que te des cuenta. Proponle que se mude a vivir contigo y déjala que decore. Peléale por cosas insignificantes como que la maldita cortina de la ducha debe permanecer cerrada para que no se llene de ese maldito moho. Deja que pase un año sin que te des cuenta. Comienza a darte cuenta.

Concluye que probablemente deberían casarse porque de lo contrario habrías perdido mucho tiempo de tu vida. Invítala a cenar a un restaurante que se salga de tu presupuesto en el piso cuarenta y cinco de un edificio y asegúrate de que tenga una vista hermosa de la ciudad. Tímidamente pídele al mesero que le traiga la copa de champaña con el modesto anillo adentro. Apenas se dé cuenta, proponle matrimonio con todo el entusiasmo y la sinceridad de los que puedas hacer acopio. No te preocupes si sientes que tu corazón está a punto de atravesarte el pecho, y si no sientes nada, tampoco le des mucha importancia. Si hay aplausos, deja que terminen. Si llora, sonríe como si nunca hubieras estado tan feliz, y si no lo hace, igual sonríe.

Deja que pasen los años sin que te des cuenta. Construye una carrera en vez de conseguir un trabajo. Compra una casa y ten dos hermosos hijos. Trata de criarlos bien. Falla a menudo. Cae en una aburrida indiferencia y luego en una tristeza de la misma naturaleza. Sufre la típica crisis de los cincuenta. Envejece. Sorpréndete por tu falta de logros. En ocasiones siéntete satisfecho pero vacío y etéreo la mayor parte del tiempo. Durante las caminatas, ten la sensación de que nunca vas regresar, o de que el viento puede llevarte consigo. Contrae una enfermedad terminal. Muere, pero solo después de haberte dado cuenta de que la chica que no lee jamás hizo vibrar tu corazón con una pasión que tuviera significado; que nadie va a contar la historia de sus vidas, y que ella también morirá arrepentida porque nada provino nunca de su capacidad de amar.

Haz todas estas cosas, maldita sea, porque no hay nada peor que una chica que lee. Hazlo, te digo, porque una vida en el purgatorio es mejor que una en el infierno. Hazlo porque una chica que lee posee un vocabulario capaz de describir el descontento de una vida insatisfecha. Un vocabulario que analiza la belleza innata del mundo y la convierte en una alcanzable necesidad, en vez de algo maravilloso pero extraño a ti. Una chica que lee hace alarde de un vocabulario que puede identificar lo espacioso y desalmado de la retórica de quien no puede amarla, y la inarticulación causada por el desespero del que la ama en demasía. Un vocabulario, maldita sea, que hace de mi sofística vacía un truco barato.

Hazlo porque la chica que lee entiende de sintaxis. La literatura le ha enseñado que los momentos de ternura llegan en intervalos esporádicos pero predecibles y que la vida no es plana. Sabe y exige, como corresponde, que el flujo de la vida venga con una corriente de decepción. Una chica que ha leído sobre las reglas de la sintaxis conoce las pausas irregulares –la vacilación en la respiración– que acompañan a la mentira. Sabe cuál es la diferencia entre un episodio de rabia aislado y los hábitos a los que se aferra alguien cuyo amargo cinismo countinuará, sin razón y sin propósito, después de que ella haya empacado sus maletas y pronunciado un inseguro adiós. Tiene claro que en su vida no seré más que unos puntos suspensivos y no una etapa, y por eso sigue su camino, porque la sintaxis le permite reconocer el ritmo y la cadencia de una vida bien vivida.

Sal con una chica que no lee porque la que sí lo hace sabe de la importancia de la trama y puede rastrear los límites del prólogo y los agudos picos del clímax; los siente en la piel. Será paciente en caso de que haya pausas o intermedios, e intentará acelerar el desenlace. Pero sobre todo, la chica que lee conoce el inevitable significado de un final y se siente cómoda en ellos, pues se ha despedido ya de miles de héroes con apenas una pizca de tristeza.

No salgas con una chica que lee porque ellas han aprendido a contar historias. Tú con la Joyce, con la Nabokov, con la Woolf; tú en una biblioteca, o parado en la estación del metro, tal vez sentado en la mesa de la esquina de un café, o mirando por la ventana de tu cuarto. Tú, el que me ha hecho la vida tan difícil. La lectora se ha convertido en una espectadora más de su vida y la ha llenado de significado. Insiste en que la narrativa de su historia es magnífica, variada, completa; en que los personajes secundarios son coloridos y el estilo atrevido. Tú, la chica que lee, me hace querer ser todo lo que no soy. Pero soy débil y te fallaré porque tú has soñado, como corresponde, con alguien mejor que yo y no aceptarás la vida que te describí al comienzo de este escrito. No te resignarás a vivir sin pasión, sin perfección, a llevar una vida que no sea digna de ser narrada. Por eso, largo de aquí, chica que lee; coge el siguiente tren que te lleve al sur y llévate a tu Hemingway contigo. Te odio, de verdad te odio.

sábado, 6 de agosto de 2011

Anónima

Mi propio blog me identifica como "anónima" y no puedo redactar comentarios como yo misma... será esto un reflejo virtual de que no soy la que era?? O mi propia PC será la que me censura?? jaja

Igual... todo bien con las metáforas, Google, pero devolveme mi capacidad de responder por favor. No necesito de otro hombre que no me comprenda, no más, ya nunca mássss...

sábado, 11 de junio de 2011

Sobreescribiendo y sobrevolándote

Llegó un día en que ella tomó esas palabras tan anteriormente familiares y las miró fijamente. Ahí estaban, cada una tenía implícito un recuerdo que por más que en su momento hubiera sido grato, ahora estaba teñido del velo del atrás y lejos. Algunas se habían mimetizado tanto con mentiras aunque sonaran bien, que la ironía de recordarlas las hacía odiosas. Decidió, entonces, ese día, que no tenían derecho a robarle esas palabras. Que no tenían derecho a perderse en un abismo donde las viejas heridas las tiñeran de colores dudosos. Y así, lo vio a él. Y entendió que al decírselas, de a una (usó las menos dañadas primero, para ver cómo sonaban), las iba recuperando. Ya no eran del paso del tiempo, ni tenían gusto a nada, ahora tenían otra luz y otro mañana. Así supo que él estaba ocupando lugares en su vida que una vez creyó nunca más iba a volver a permitirse. Y qué tanto se alegró, qué tan bien le hizo saberlo ahí, todavía no sabiendo si era su estrella, pero sí inspirándola a más, y abriéndole puertas que se estaban oxidando. Lo veía, y verlo, resignificaba mucho de su atrás. Verlo le elevaba el alma hasta rincones con los que antes sólo soñaba. Y ahora sonreía, otra de las palabras casi prohibidas. Y qué lindo era estar ahí, de nuevo, en ese principio que ya se le estaba creciendo tanto. Y supo que esta vez, hasta el “te amo” podría recuperar, entero, y con todo su sabor a sueños. 

lunes, 30 de mayo de 2011

La espera dentro del espejo

Hay algo que las esperas llevan en sí mismas: quizá una mezcla de magia, ansiedad y fe que hace una alquimia perfecta, aunque depende las circunstancias, pueda sentirse más o menos liviana. Uno sabe que no es fácil luchar por lo que sueña, porque a veces los días pasan y parecen no venir las respuestas. Uno podría bajar los brazos y dejar de creer que el sueño está y existe, ahí, en alguna parte. Pero dentro suyo sabe que en algún lugar, eso que se percibe, aún sin forma definida, está en otro sitio, deseando lo mismo. Y así uno abre la esperanza y el alma cada mañana, hasta el día en que la espera nos dice que ya se va y que el sueño no es sueño, sino esa realidad que promete ser sólo sonrisa, haciendo que el antes fuera sólo un camino inevitable hacia esos brazos que añoraban el mismo encuentro.  

sábado, 19 de marzo de 2011

Eterno resplandor de una mente sin recuerdos

A veces la razón y la superstición  conviven en el mismo espacio, sin molestarse. Creo que eso me está pasando últimamente. Me sucedió en algún otro momento de mi vida, que al terminar una relación, quería compartir con mis más allegados cada una de las sensaciones que iban surcando mi mente y mi alma, como si tuviera un Twitter dentro que se identificara con la idea de que "el dolor compartido, es un dolor más fácil de llevar". Hoy, me pasa todo lo contrario. Todo lo que ocurrió después del quiebre elegí guardármelo para mí, hasta lo más pequeño como un mail despersonalizado, o lo más shockeante: verlo aparecer de nuevo en mi puerta. Hoy elijo el silencio, y no porque le reste importancia a las mismas cosas que antes me conmovían. Es que creo que de esa forma, al no dejarlas salir, no tienen nombre, no tienen forma ni siquiera de palabras. Y así, al no darles ni siquiera una identidad de letra que sale por mi boca, evito que entren por mi oreja y vuelvan, como un bumerang autodestructivo, contra mi corazón. No sé si es la solución, eh... Pero por ahora sirve.

lunes, 14 de marzo de 2011

Del enojo, del dolor, y del adiós

Una de las cosas que aprendí en este último tiempo tiene que ver con que enojarse no lleva a ningún lado y le produce más daño a quien lo siente que al sujeto depositario del enojo. Que en realidad la bronca es dolor, y que descubrirlo por lo menos sirve para cantarnos las 40 y saltearnos un paso innecesario, aunque el paso que siga sea sentir el dolor, así, nomás, en toda su cruda forma y sin preámbulos. Lo que nadie dice (o al menos, nadie me lo dijo a mí) es que el enojo hace más fáciles los adioses, los olvidos y todos esos etcéteras, porque en esos momentos uno va mutando mentalmente virtudes anteriormente amadas en el otro, en los peores defectos, y eso sirve para ir cerrando las heridas y las ventanas. Por eso me pregunto si yo, que me salteé la etapa de la bronca, en realidad, hice buen negocio, porque acá estoy, aún. Acá estoy.

domingo, 13 de marzo de 2011

Del por qué un color se escaparía del caleidoscopio

El caleidoscopio gira y hace que los momentos también cambien, incluso en el sabor de recordarlos. Un color, dentro suyo, se escapa, y transforma su rebeldía en la esperanza de creer que no todo tiene un destino simétrico, de que no todo va a tener su correspondiente copia en el reflejo de los espejos. Un color se escapa, pero no de su soledad, ni de sí mismo. Quizá, un día, otro de su especie decida emprender el mismo vuelo, y ahí, en el destierro, se encuentren, haciendo posible lo improbable

Nuevos espacios

Hotmail tiene casi la culpa de que yo haya abierto este nuevo blog, ya que la mudanza obligada de mi espacio "Caleidoscopicamente" a través de WordPress.com, resultó fea, muy fea, y entre establecer una lucha imaginaria para aprender a usarlo y abrir uno nuevo, me quedo con esta nueva opción. Veremos qué tal resulta el cambio...