Por
allá los días en que sonrío huelen a
pasto y a chocolate, a caramelo y a otoño sin frío, a frutillas, duraznos y
sandía de tarde. El olor a tiempo en cambio tiene algo de moho, de dinosaurio y
de museo; de casa de antigüedades sin gente y de fotos de 1980. Lo que duele
huele a sangre fresca, a vino picado y a nube densa; la distancia huele a piel
fría y a viento. Y lo que te marca y perdura
huele a teatros antes de que entre la gente, a esos colores que
sinestésicamente se espiralan en perfumes, al otro humo mojado en cerveza y al
día después de vos en mis sábanas.
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