Dedico
este Oscar a los lugares comunes, al miedo que paraliza el accionar ajeno y
propio y se hace monstruo que me traga sin masticar. Lo dedico a esa pared que
al subirla nunca tiene escaleras para bajar a ver qué hay detrás, al cielo de
los otros que no es mi cielo. A los que hablan a escondidas riendo mientras
miro y todo es gris, al día soleado por ser tan previsible empezando con
amaneceres y terminando con ocasos. Dedico este premio a la desilusión que es
un aviso previo al dolor, al dolor de siempre, al de entonces y al de mañana
porque sé que todavía va a estar ahí cuando me levante. Y sobre todo se lo
dedico a ese tedio absoluto y cansado, que cuando te abraza te crece y te
demuestra que hasta lo que sos y te salva cuando todo cae, puede darte la
espalda y ser lo mismo, ser más de lo que te apila entre los formularios por
triplicado que duermen en una oficina esperando ser encarpetados en las amnesias
del tiempo.
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