Y sí, al final es lo mismo que te quedes
quieto, o caminando en una eternidad sin rumbo, o te vayas tan lejos que te termine
pisando un camión que carga avestruces perdidos. Siempre estás ahí, aunque
llegues a algún otro lado; tu dedo índice se enciende como una mira telescópica
láser que te grita “game over!” en el centro de tus culpas y tus grises.
Y del otro lado de ese fuego estás harto de
no ser de los que se divierten en el carnaval diario, de los “rayos y centellas, Batman” que te muelen la burbuja y la llenan de nadas demasiado reales, de tu
pulso antiguo de una era algozoica que te lleva por el mar del tiempo pero
siendo la misma conciencia, el mismo lobo estepario trasvasando cuerpos in
aeternum.
Y qué giro puede tener la vida, decime,
si estás ahí ahora haciendo este análisis en medio de la ruta, esperando que
pase el camión con avestruces y que todo parezca un accidente.
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