Habría
que ver el sabor
del
viento yéndose, lamido por los dedos;
el
óxido de los días ganando batallas
de
mentiritas, de las que ya están
repartidas
en papeles.
Habría
que verle la cara a ellos, los hartos,
los
que se cansan de vernos bailar
acariciantes
como húmedos líquenes,
hastiados de vernos, de verse, de ver algo,
o
eso era antes
cuando
nosotros también veíamos
esponjas
en el cielo
y
barriletes nadando
entre
las rayas de las cebras
entre
otras cosas que vimos
o
que oímos con la vista,
épocas
donde los almanaques se deslizaban
entre
lo feliz como caracoles
paseantes
en domingo.
Pero
ahora no, ahora
ya
no nos invitan a ser dos en entregas,
ahora
sólo unilateralidades
enmarcadas
en sí mismas.
Habría
que ver, decía yo,
pero
habrá que esperar
a que
dejen de llovernos los ojos
porque
por ahí vemos, y ya no.
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