¿Cuánto más, así,
entre juegos convenientes,
y pulsiones en modo freno,
esperando que caiga rojo el almanaque?
¿Que surja, al fin, quien deje
de escucharte los supuestos,
para agarrarse fuerte del subtítulo
desnudando con furia,
y violaciones a la dialéctica,
los monstruos que habitan
la palma de tu miedo?
¿Te das cuenta, que lo único que crece
es la necesidad de alguien
que te atrape con los dientes
como la última sortija en calesita,
y que mirándote todo un rato escupa
el inocente gesto de la risa
sobre tu tratado
del movimiento permanente;
alguien que te estampe
el sopapo asqueroso de la verdad,
y la más básica de las promesas
de que importás, no en fragmentos,
y que siempre, pero nunca
va a querer irse?
Igual, esta es una de las formas
de transitar el mundo.
El mercado del libre albedrío
tiene larga oferta de opciones
y yo también creo en el cansancio
y en las ventajas de comprar
esa pantalla plana que atonta,
o una muñeca menos puta
donde encajan los colores medios
y que al menos entretenga
el sentido de las horas
(¿o eso pretendía
del televisor?),
contra lo evidente, en inevitable
emancipándonos del todo,
pero
…
pero el libre albedrío, dije.
Entonces por hoy no, gracias.
Yo no vine a comprar
sólo estaba mirando.