Había una vez cosas que no eran de nadie. Y
por ellas lloraban todos, y también lloraban las cosas-que-son-de-todos, por lo
injusto de tanto destino huérfano. Y los dueños de cosas inventaron
orfanatos para cosas sin dueño, que eran asilos con leyes para la cosa
desamparada promedio, y de repente hubo para ellas palabras prohibidas e
incuestionables, como dueño, pertenencia, y soledad. Y las cosas sin dueño pasaron
ahora a ser los expósitos-del-orfanato de todos, y aun así seguían sin ser de
nadie.
Un día amaneció de un color gris confuso, y
se fueron. Hasta ese momento habían permanecido calladas, viendo como todos las
hacían parte de su lado incómodo. Pero ellas, las cosas parias, esperaron en su
borde, hasta que la conciencia colectiva las barrió hacia un olvido de por allá
lejos.
- A dónde habrán ido? Si no tienen dónde… ni con quién!- se lamentó
una-cosa de un-alguien.
Ellas, las cosas que huían, no escucharon.
Se iban a otro lado a ser felices como antes,
siendo secreto incomprendido, cosas de nadie dueñas de sí mismas y del
mundo, que estaba siempre en busca de amos como ellas que supieran sonreír y poseerlo
sin papeles.
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