Te
agarrás la cabeza entre las manos
como
si se te persignara la conciencia
en
amuletos, para que no se la lleven lejos.
Cáliz-cuna
que defiende todo
lo
que queda adentro
en
esa cápsula protectora imaginaria,
como
si esos dedos dibujaran el subconjunto vos
mientras
el todo-afuera
no
dejara de avanzarte
desde
sus flancos-muchos,
presionando
tus débiles ejércitos
de
diez soldaditos huesudos
que
se doblan, no pudiendo
ni
con el peso
de
su propio plomo.
Y
ahí va terminando todo,
han
logrado inminuirte en lo inevitable;
invadido
por los índices
acusadores
de lo externo,
que
se meten en tu nariz,
tu
oreja, tus bocas
y amasan
tus no-pudientes
manos
conquistadas
en
una bolita vencida
que
tiran lejos
mientras
te tatúan su uniforme
y
un alma neutra .
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