Sonreía, mucho y todo el tiempo. Era un manual que mezclaba escenas de "La vida es bella", luces de colores y querer es poder. Ninguna grieta en tanta pared de alegría por donde filtrara el dolor y todo lo crudo que cada uno lleva como residuos en una mochila, como una mancha de nacimiento. No creo en el Dios de los católicos ni en el marketing. Esa sonrisa eterna sólo me daba ganas de mucha incredulidad y distancia.
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