sábado, 4 de febrero de 2012

Sin título (I)

Esta poesía la escribí hace 15 años. Pasó la vida en el medio, pero evidentemente hay cosas que podrían volverse a escribir de la misma forma...


Tu contraste epilogó la ternura
de tenerte otra vez cercanamente lejos.
Un nuevo lugar te llena los sentidos
de feroces impulsos de ser distinto.
Aún más distinto de lo que fuiste hasta hoy.
No hay carreteras que te devuelvan
un pasado que tu mente no guardó en sus bolsillos.
Y hoy tu vida remonta futuro, y todo es tan veloz
que siento que me pierdo en tus momentos
y que no te importa, ni ésto, ni mil cosas
que quedaron atrás también. Y te persigue
mi mirada y mi risa, tratando de alcanzar
tu locura agridulce de ilusiones vehementes.
Y no puedo. No puedo, ni quiero
encerrar el vuelo de tu corazón en una esquina
porque no serías vos, ni yo querría tus despojos.
Y es tan hiriente y efímero tu regreso
que me río de incredulidad, porque empiezo
a acostumbrarme irremediablemente a tu leve gesto.
Y yo no quise, de verdad que no quise.
Juré con heridas que sabría domar mis recuerdos.
Desandé mi destino para perderte por ahí, en algún lugar.
Y más allá de mi caída estabas de nuevo
sobre tu vida, un escenario armado sólo por vos
en medio de multitudes que deleitan sus placeres
con la melodía luzbelita que emerge de tu sangre.
Y escapo por mil caminos redondos
que concluyen siempre en alguna cosa que te recuerda.
No te quiero cerca ni lejos. Ni siquiera mío o de nadie.
Pero no te vayas lejos del todo.
No te escapes eternamente con tu capricho en los labios
ni con tu espejo rojo artificialmente entero
porque nunca te decidiste a darle libertad de amar.
O de llorar dolores que sepultaste en tu destierro.
Y no olvides que tu perpetua seguridad no te hace inmune
al vaivén de tus pasos. Y ahí está la gracia.
Y ojalá en medio de mi vida tu verdad no parezca
tan árida y vacía como mi presente,
porque permanezco en lo etéreo de tu costumbre
al sentir tu soledad, como simiente de la mía.

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