Y entonces había otras formas de morir
que no tenían que ver con el clásico acto
de desaparición. Todo podía detenerse
hasta secarse, todo podía implosionar
sin ser adivinado
por quien no sospecha.
Afuera, de todas formas, la gente
los vería igual, transcurriendo un espacio,
repetidos en el mismo sillón
sin intermitencias en el modo llano
del afecto y del pensar,
congelados en un gesto
por mucho tiempo,
mucho
más allá
del todo necesario.
Incluso cuando preguntaran por ellos
otros dirían que están bien,
que acaban de verlos
frente a la tv, mimetizados
con ese otro tipo de muertos
que también disimulan.