Bella
emite una espera mientras se esponja de amor. Sus ojos verdecósmicos dan
envidia a las aceitunas de mi heladera, mi heladera quisiera tenerlos para
saber lo que es la calidez. Se apoya en mis manos y en mi cara, todo en sí es
un tiempo blando como su piel que al rozar hace un frufrú acosquillante. Te
vuelve al lenguaje del instinto, te obliga desde el gesto puro y no pensado a un
levantarte mañana y darle de comer, o darle algo, lo que pida, aunque no
quieras, aunque sea demasiado temprano, aunque no tengas otra cosa por qué
levantarte y aunque las aceitunas de la heladera amanezcan más frías que nunca.
Bestia
hace un pacto con tu cerebro y le abre una puerta. Adentro es abajo del todo
vale. Abajo no hay derecha ni izquierdas claras, sólo un seguir hacia el fondo de lo que lame tu herrumbre. Tu neurona cocina venenos en un caldo que anticipa
abismos, el abismo juega a las cartas y apuesta al caballo perdedor. Al costado
del último descenso un cartel de una sola dirección indica que ya es tarde para ir
hacia la luz.
Yo
miro ambos polos del mismo balcón, busco el equilibrio, y da menos diez.